Espectros

Caminaba hacia su casa por las calles del casco viejo con aire soñador, después de despedirse de Enrique y de don Pío. Absorta en la contemplación de todos esos edificios que tan bien conservaban su porte medieval, tuvo de nuevo esa sensación que algunas veces experimentaba de retroceso en el tiempo…
Y se preguntó cuántas vidas, durante tantos años, habían albergado esas casas tan antiguas: miles de historias, muchas de ellas apasionantes, que habían desaparecido para siempre porque nadie las había escrito. Esas historias que, ahora, eran como fantasmas desesperados cuya presencia sentía en esas viejas calles y que tal vez intentaban gritarle y suplicarle. Pero no podían. Porque ya no existía memoria que las retuviera en un cuerpo de hombre o de mujer, y a través del que pudieran gritar o suplicar. Historias como la Don Pío e Ignacio Sánchez, como las que había escuchado de niña a diferentes personas, como las que, tantas veces, le había contado su querida abuela. Historias que tal vez, si no lo impedía, estaban condenadas al mismo destino de espectros mudos e invisibles que, en algún momento, vagarían desesperados por esas mismas calles, tratando de gemir o implorar, sin que siquiera alguien sintiese su presencia.
Sí, estaba decidida: sería escritora. No permitiría que todo eso que guardaba en su memoria se perdiera para siempre. Escribiría libros -se decía- y, en su interior, una emoción muy profunda germinaba en escalofrío. Sí, de entonces a unos años escribiría libros. Y Cuevas del Conde y la región del Arlanza serían, muchas veces, su escenario.